Todas las relaciones duelen. Todos nos hacemos daño unos a otros. A veces nos damos cuenta y otras veces no, y seguimos la vida sin mirar al otro, sin tener en cuenta por donde voy, qué estoy haciendo, y quien tengo a mi lado. Sí, los de cerca, y los más lejanos. Las personas, los animales, las plantas y cualquier ser vivo que vive con nosotros. Y un día, te das cuenta, que tienes el corazón roto, de arriba a abajo, y que no te habías dado cuenta porque toda tu estabas anestesiada. La sociedad te empuja a seguir, a ser funcional, un trabajo, la familia, ser feliz, disfrutar con los amigos,… Cuántas cosas para rellenar y tapar el dolor. Y entonces, llega una persona, que ve tu herida, y no pretende hacer nada, no pretende cambiarla, o juzgarla, comprenderla, analizarla o justificarla, no pretende ver de donde viene, cuándo empezo, o qué tamaño tiene, ni tampoco quiere taparla, hacerla desaparecer o curarla. Simplemente te dice que le duele tu dolor, se sienta a tu lado y en silencio, espera. Y ahí aprendes la importancia de lo humano en la reparación, del potencial que tiene un corazón roto al lado de otro, sin añadir nada, sin quitar nada.

De la transformación que se produce cuándo una persona se queda a tu lado con sus heridas, simplemente dándole dignidad, dándole valor humano, reconociendo que la vida, las relaciones, duelen, y que a la vez, es posible sentir que al otro lado del dolor, hay alguien que con su corazón roto, se queda a tu lado sin querer cambiar nada. Es imposible no hacer daño, es imposible no tener el corazón roto por algun lado, pero lo que aprendes es que es mucho más importante la reparación de ese dolor, y no hace falta ir a cada relación, una por una, porque lo que está roto es tu corazón, así que la reparación empieza en ti, en recoger todas tus piezas y juntarlas de nuevo, y permitiendo que otro ser humano con sus piezas rotas, en silencio, se quede a tu lado, reconociendo tu corazón, honrando todo tu ser con su presencia, y agradeciendo que, ahora, estés aquí.

Mireia Forns Nadal

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